La linterna de diógenes en la era digital: Cuando la política supera a la filosofía
Los paladines de la Verdad eterna y sus modestas circunstancias
Contemplar cómo los filósofos, esos buscadores infatigables de la Verdad con mayúscula, han dedicado milenios a desentrañar la naturaleza del concepto más esquivo del pensamiento humano, mientras que en el laboratorio práctico de la política contemporánea asistimos a una demostración empírica de cómo la verdad y la mentira se combinan con la precisión de una fórmula química perfectamente calibrada, no deja de tener su gracia.
Platón, en su sublime ascensión dialéctica hacia la Idea del Bien, jamás tuvo que lidiar con audios de la UCO. El filósofo ateniense, refugiado en su mundo de formas eternas e inmutables, no podría haber imaginado que la verdad tendría que competir algún día con grabaciones que revelan conversaciones sobre "60" —esos sesenta mil euros que, según parece, constituyen la tarifa estándar para ciertos servicios de consultoría política en el siglo XXI.
De Aristóteles a los audios: La evolución de la idea de correspondencia
Si Aristóteles definió la verdad como correspondencia —"decir de lo que es que es"—, nuestros protagonistas han perfeccionado una variante más sofisticada: decir de lo que no debería ser que nunca fue, mientras se aseguran de que sí sea, preferiblemente en sobres con dinero en metálico; una correspondencia, como fuere, entre realidad y conveniencia que habría fascinado al Estagirita por su elegante simplicidad.
San Agustín, con su rigurosa distinción entre el error involuntario y la mentira intencional, habría encontrado en nuestros protagonistas un laboratorio perfecto para sus De mendacio. Porque cuando alguien dice "necesito algo de dinero, jefe, porque se lo he dado todo a él", la intencionalidad del engaño queda meridianamente clara, incluso para los estándares más exigentes del santo de Hipona. La mentira aquí no es accidental sino planificada, no es defensiva sino empresarial.
Kant y el "Imperativo Categórico": Del soborno al catálogo público
Kant, con su imperativo categórico, jamás habría imaginado que la mentira no solo podría universalizarse sin contradicción, sino que además generaría su propio sistema tributario informal. "Obra solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal", escribió el filósofo de Königsberg. Pues bien: la máxima de cobrar sesenta mil euros por servicios ministeriales parece haber alcanzado, al menos en ciertos círculos, la universalidad deseada.
La genialidad perversa del sistema radica en que no contradice el imperativo kantiano, sino que lo perfecciona: si todos los ministros cobraran comisiones de manera sistemática y transparente, tendríamos al fin un mercado político honesto. El problema no es la corrupción, sino la falta de un catálogo público de precios que permita a todos los ciudadanos conocer el coste real de cada gestión ministerial.
Wittgenstein y los juegos de lenguaje ferrazianos
Más allá de las disquisiciones metafísicas, el segundo Wittgenstein habría contemplado este espectáculo con cierta satisfacción intelectual. Su concepción del lenguaje como herramienta confirma que, efectivamente, las palabras se usan "con un fin" —solo que en este caso particular, el fin parece haber sido la optimización de ciertos flujos financieros mediante el ejercicio creativo de la función pública.
Los "juegos de lenguaje" que describe el filósofo austriaco adquieren aquí una dimensión casi cómica: tenemos el juego de "dar explicaciones contundentes, no vaguedades ni pucheritos" (como reclama un alcalde leonés), el juego de "no saber nada" (especialidad presidencial), y el sofisticado juego de "alguien tendrá algo que ver" (variante del conocido "y yo qué sé").
Cada juego tiene sus reglas específicas, sus criterios de éxito y sus formas de vida asociadas. El juego de "la confianza rota" que practican los socios de Sumar, por ejemplo, requiere una combinación delicada de indignación moral y cálculo electoral que solo los verdaderos maestros dominan.
Nietzsche y las mentiras útiles que cotizan en bolsa
Si Nietzsche tenía razón al afirmar que nuestras verdades son "mentiras útiles que hemos olvidado que son mentiras", estos audios nos recuerdan que algunas mentiras son tan útiles que ni siquiera hace falta olvidar que lo son. Simplemente hay que asegurarse de que no las grabe la Guardia Civil.
El filósofo alemán habría admirado la honestidad brutal de una conversación donde se negocia abiertamente el precio de la traición política. Aquí no hay autoengaño ni sublimación moral: solo la voluntad de poder expresada en su forma más pura y cuantificable.
La Verdad como recurso estratégico con tasación fiscal
La "confianza rota" entre Sumar y el PSOE —según declaran solemnemente los socios minoritarios— nos evoca inevitablemente la observación de Oscar Wilde: "Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana". Aunque en este caso habría que reformular: "Cuando los audios entran por la UCO, la confianza sale por Ferraz".
No tanto una degradación moral, cuanto una sofisticación técnica: hemos superado la fase artesanal de la mentira política para adentrarnos en su industrialización. Los antiguos mentían por pasión, honor o supervivencia; nosotros hemos alcanzado la mentira por optimización de recursos y planificación estratégica.
La política moderna ha logrado lo que la filosofía perseguía sin éxito: convertir la verdad en un bien de consumo con precio de mercado. Sesenta mil euros no es una cifra arbitraria; es el resultado de una cuidadosa investigación sobre el valor de cambio de la lealtad ministerial.
El progreso epistemológico de la corrupción
Como diría Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo: "Política: lucha de intereses disfrazada de combate de principios. Conducta de los asuntos públicos en beneficio privado." Solo que Bierce, con toda su acidez, se quedó corto: no previó que llegaríamos al punto de poder ponerle precio de catálogo a cada principio traicionado.
Hemos evolucionado desde la búsqueda quijotesca de la verdad hacia algo mucho más práctico: la documentación meticulosa de la mentira. Ya no necesitamos preguntarnos qué es la verdad; basta con grabar qué es la corrupción y cuánto cuesta.
La linterna digital de Diógenes
El cínico de Sinope, que deambulaba por las calles de Atenas con su célebre linterna "buscando un hombre honesto", se habría ahorrado considerable esfuerzo de haber nacido en nuestra época: bastaba con esperar a que la UCO publicara sus grabaciones para comprobar que la honestidad, lejos de haberse extinguido, simplemente había migrado hacia nuevos nichos ecológicos.
Diógenes, que vivía en un tonel y despreciaba las convenciones sociales, habría admirado la eficiencia de nuestros políticos contemporáneos: han logrado convertir la corrupción en una ciencia exacta, con tarifas establecidas y protocolos de distribución que harían sonrojar a cualquier multinacional.
La búsqueda ya no es de "un hombre honesto", sino de "un audio no manipulable". Progreso técnico, al fin y al cabo.
En última instancia, quizás tengamos que agradecer a estos protagonistas involuntarios por haber resuelto, de manera tan práctica y expeditiva, uno de los problemas más complejos de la filosofía moral: ¿cuánto vale la integridad?
Respuesta: depende del ministerio, pero nunca menos de sesenta mil.